Solidez del “coucheo” y debilidad de la gestión
Habló siempre a los ciudadanos, buscó cercanía. Expresó una gestualidad medida, un tono de voz calmo. Expuso datos, fue claro. Replicó de manera aceptable y sin desbordes. Estuvo más afilado en las réplicas que en el capítulo anterior. En términos estrictamente técnicos y de desempeño en el escenario, Sergio Massa hizo gala anoche de su entrenamiento para la ocasión. El candidato de Unión por la Patria profundizó lo que había exhibido en el debate anterior. Estuvo sólido en términos comunicacionales y eso lo hizo sobresalir. Se notó también en él la ventaja de quienes están en gestión y que están acostumbrados no sólo al manejo de información sino también a hablar casi a diario ante distintas audiencias (se evidenció también en el gobernador Juan Schiaretti y la diputada Myriam Bregman).
Pero había un gran elefante en la sala. Massa es el postulante del oficialismo, nada menos que el ministro de Economía de un Gobierno que llega a su final con devaluación, índices de desocupación, pobreza e inflación espantosos y con el dólar blue por las nubes. Como sucedió el domingo anterior con el tópico Economía, el de Producción fue uno de sus flancos endebles. La situación de la gestión lo convirtió en blanco fácil. No es lo único. También apuntaron a Massa porque es el postulante que la mayoría de las encuestas posicionan para competir contra Milei de cara al 22 y en un posible balotaje.
Tuvo tres momentos. El primero, cuando apeló a su puesto y aseguró que es el único que bajó las retenciones y que terminó con la “mentira” del impuesto a las Ganancias. El segundo, en las réplicas, en el que respondió a Patricia Bullich que lo interpeló por casos de corrupción del oficialismo y contrastó que él pidió la renuncia de Martín Insaurralde: “Vos nunca pediste la renuncia de Milman”.
El tercero fue el final, en el que planteó futuro, casi con epicidad. Habló de manera implícita de las propuestas de su máximo oponente, Milei. A las madres (por la libre portación de armas), a los científicos y docentes (por la educación y la investigación públicas) y a las pymes y trabajadores (por las medidas económicas que anunció). “Estamos saliendo de la peor crisis en 20 años. Te pido que vayas (a votar) sin bronca y odio, que vayas a buscar la bandera al cuarto oscuro”, concluyó evidenciando la solidez del coucheo y la debilidad de la gestión.
Hubo un claro ganador: el disenso
Arriesgaron un poco más que en el debate de Santiago del Estero, pero no tanto para no quedar expuestos. Cuidaron las formas hasta donde pudieron, pero algunos apelaron a la espontaneidad para quemar las naves. En el tecnicismo, el libertario Javier Milei fue un claro vencedor. Pese a que la economía no era el tema central de su exposición que dio en la Universidad de Buenos Aires, el candidato de La Libertad Avanza desde el comienzo la terminología que viene empleando para definir la situación de la Argentina. Desde el primer segundo cuando habló de la crisis y hasta cuando llegó a pronosticar una hiperinflación, en la primera embestida dura contra quien considera uno de los grandes responsables: Sergio Massa. El postulante de Unión por la Patria no se salió del libreto. El actual ministro de Economía fue el más claro en cuanto a las propuestas, pero con la inconsistencia de llevar sobre sus espaldas el peso de la gestión. Esa fue su mochila, la que lo convirtió en el blanco de los ataques opositores en una noche caldeada. En Massa y su equipo hubo una preparación previa para contestar cada chicana de sus adversarios, sin perder la paciencia hasta que Milei embistió contra Myriam Bregman, la candidata de la Izquierda. “No les falte el respeto a las mujeres”, le espetó el líder del Frente Renovador al diputado libertario. Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, le dijo a Massa que no necesita que la defienda. Anoche quemó las naves y eligió ser ella misma, sin guión, sin coaching, y sin ambigüedades en el lenguaje. Habló como en el barrio, pero no pudo ejercer una defensa técnica de sus ideas. En sus ojos se vio la fatiga de una dura campaña que le causó inconvenientes en su salud. Bregman, a su vez, no abandonó el discurso de izquierda. Sí marcó diferencias con sus oponentes electorales, al no condenar el ataque de Hamas a Israel. “Nos duelen las víctimas civiles que ocurren en un conflicto que tienen como base la política de Israel de ocupación de Palestina”, expresó. El cordobés Juan Schiaretti, finalmente, volvió a concentrarse en la falta de federalismo de las propuestas de sus adversarios. Estuvo más firme que la semana pasada.
En definitiva, el claro vencedor ha sido el disenso, que deja abierto el resultado de los comicios del domingo 22.
Triunfó el show de las chicanas
Como el debate anterior, Massa tuvo la chance de mostrar, por sobre las propuestas que había que realizar, lo que está haciendo desde el ministerio de Economía para intentar venderse mejor que sus adversarios. Se preocupó por el manejo de las cámaras, cual si hubiera estudiado este aspecto. Ya lo enseñó John Kennedy en 1960. En esa línea, Bregman le siguió, porque su discurso no cambia, es sólida desde su ideología y fue completamente natural por eso mismo. Schiaretti se ajustó a su cordobesismo y la defensa del federalismo de manera eficaz, y fue más incisivo que la semana pasada, especialmente contra Massa, tal vez buscando votos de los peronistas descontentos en la pecera del oficialismo. Bullrich se mostró apresurada por decir sus cosas y belicosa -y visiblemente congestionada, aunque eso no pareció afectarle en demasía-, ajustándose a sus eslóganes y golpeando, como era esperable, al tigrense y al libertario, ligando -como en toda su campaña- al kirchnerismo a la corrupción. Si hay que hacer una interpretación política de su participación, cabe decir que quiso evitar que sus votantes sigan huyendo al espacio del líder de la Libertad Avanza. El 22 se verá la eficacia de su estrategia; lo real es que respecto al primer debate se mostró con más agresividad, cual si jugara desde el tercer lugar. Milei, en tanto, fue el mismo, se defendió pero sin sobreactuar como el enloquecido de los programas televisivos. Gesticuló en exceso tratando de minimizar los dichos de la socialista y de Bullrich, algo que les puede caer bien a los mileístas. Sin embargo, no hay que dejar pasar que sus morisquetas fueron dirigidas con exclusividad hacia las dos mujeres, y no contra los candidatos hombres. En ese aspecto ni se cuidó. De todos, era el que menos debía arriesgar, ya que su primer puesto parece seguro; aunque no desaprovechó la ocasión para cuestionar políticamente a la candidata de Juntos por el Cambio y al peronista, pero más a la dirigente del PRO. Con Bregman se entretuvo en una polémica ideológica y siempre gesticulando -cual mofa- cuando hablaba la candidata presidencial de la izquierda. Cuestionable. El debate fue más chicanero que el del 1 de octubre, y si un debate debe calificarse por el ingenio de las chicanas, no gana nadie; ni candidatos ni ciudadanos. Se convierte en un show que ridiculiza a la política.